lunes, 1 de agosto de 2011

2.8

Eran las ocho en punto de una templada tarde de septiembre, y todas las campanas de Harvard estaban dando la hora. Elgin Smith, cansado de estudiar, se encontraba en la escalinata de la biblioteca Widener –esa escalinata ancha, romana, molesta-, parpadeando y mirando hacia la lejanía porque había oído decir que este ejercicio refrescaba las córneas y la retina. Pensaba, pero no en sus estudios. Pensaba en qué significaría enamorarse, adorar a una chica y poner la propia vida a sus pies. Se despreciaba a sí mismo por creer, precisamente, que era incapaz de sentir pasiones, y pensaba que sólo las personas apasionadas valían la pena, y que todo el resto de la gente era superficial. Estudiaba literatura inglesa, literatura alemana, literatura italiana, e historia, antigua y medieval, y en cada una de estas asignaturas encontraba multitud de casos que le dejaban en ridículo pues parecían decirle todos ellos que el sentido de la vida, la culminación de la existencia, la esencia misma de los acontecimientos, era cierta emoción a la que él permanecía ajeno y para la cual era, seguramente, demasiado racional. En consecuencia, permanecía allí, en la escalinata de Widener, tan abrumado por sus frustrados anhelos que sólo la gravedad parecía mantenerle todavía en pie.

[Educación sentimental (Relato) – Harold Brodkey]