viernes, 14 de octubre de 2011

14.10

(Fricción)

Hubo un tiempo en que los trenes llevaban largos y anchos retrovisores para ver mejor a los que se calaban. Doce campanitas, una por vagón, avisaban de los bandidos, (favor al maquinista de los pasajeros). Pero llegaron los cuatro raíles, los maquinistas se olvidaban de guardarlos, y chocaban unos contra otros en sonoros estallidos. Los pasajeros veían a sus lados caer mil cristalitos. Antes de esto, amantes iban en bici al pueblo de al lado, a ver a su amada, y se escribían por carta, cuidaban las cabras, durante años y cuando ella moría, él se suicidaba. El tren iba lento y no podían esperar delante, por si frenaba. Se escondían tras un seto y allí lloraban hasta lanzarse delante, corriendo, cuando llegaba lo hora. Los pasajeros sentían un tropiezo, sus digestiones se cortaban. Ahora escuchan, a veces, un murmullo suave y pastoso bajo las ruedas. Todo esto, en realidad, nunca ha pasado.