jueves, 30 de junio de 2011

1.7

"Mamá se quedó aquella noche en mi cuarto, y como para no aguar con remordimiento alguno esas horas tan distintas de lo que yo lógicamente me esperaba, cuando Francisca preguntó, al comprender que pasaba algo viendo a mamá sentada a mi lado, mi mano en la suya y dejándome llorar sin reñirme , qué le sucedía al señorito que lloraba tanto, mamá contestó: "Ni él mismo lo sabe, está nervioso; prepáreme en seguida la cama grande y suba usted a dormir." Y así, por vez primera, mi pena no fue considerada como una falta punible sino como un mal involuntario que acababa de tener reconocimiento oficial, como un estado nervioso del que yo no tenía la culpa: y me cupo el consuelo de no tener que mezclar ningún tipo de escrúpulo a la amargura de mi llanto, de poder llorar sin pecar. Y no fue poco el orgullo que sentí delante de Francisca por esa vuelta que habían dado las cosas humanas, que una hora después de aquella negativa de mamá de subir a mi cuarto y de su desdeñoso recado de mandarme a dormir, me elevaba a la dignidad de persona mayor, y de un golpe me colocaba en una especia de pubertad de la pena, de emancipación de las lágrimas."

[En busca del tiempo perdido - E. Proust]
(Dios santo...)