jueves, 23 de junio de 2011

23.6

Nosotros tenemos el cenagoso don de nacer marcados, tocados, malditos, de vernos obligados a destilar nuestra propia felicidad con el cuidado de un alquimista o un dinamitero. Siempre con el suave temor de petrificarnos o estallar. Lo amaremos a desgana. Intentaremos hacer que los objetos nos hablen de lo bonito en lo inerte y lo feo en lo escurridizo, a pesar de las contradicciones en las que intentamos no pensar. No podemos jurarlo; pero ni el príncipe con más arroz del mundo podría jurarse a sí mismo nada.