martes, 28 de junio de 2011

28.6

"De pronto, junto a él, apareció Sonia. Acercóse con paso apenas perceptible y se sentó a su lado. Era muy temprano todavía; el frescor matinal aún no se había mitigado. Ella llevaba puesto un pobre y viejo albornoz y un pañolito verde. Su cara mostraba aún huellas de la enfermedad, había adelgazado, quedóse pálida, demacrada. Sonrióse afecuosa y alegre; pero, según su costumbre, tendióle con timidez la mano.

Siempre le tendía su mano con timidez, a veces hasta no se la daba en absoluto, cual temerosa de un desaire. Él siempre, como de mala gana, le tomaba la mano, siempre parecía acogerla con contrariedad, a veces guardaba un silencio obstinado todo el tiempo de su visita. Sucedía que ella temblaba delante de él y se iba hondamente apesumbrada. Pero ahora sus manos no se soltaron; él le lanzó una ligera y rápida mirada; nada dijo, y bajó al suelo la vista. Estaban solos, nadie los veía. El centinela se había alejado en aquel momento."

[Crimen y castigo - F. Dostoievski]