jueves, 2 de agosto de 2012

2.8

"Pero este reanudarse de nuestras amistosas relaciones duró irónicamente hasta que llegué a casa de los Swann; y no fue porque su maestresala, que me consideraba mucho, me dijera que Gilberta había salido (y, en efecto, aquella misma noche me enteré de que era verdad por personas que la habían visto), sino por el modo que tuvo de decírmelo: La señorita ha salido. Puedo asegurar al señor que digo la pura verdad. Si el señor quiere preguntar llamaré a la doncella. Ya sabe el señor que estoy deseando agradarle y que si la señorita estuviera en casa lo llevaría en seguida a su presencia. Dichas palabras me daban de una manera involuntaria, pero de esa manera involuntaria que es la única importante, la radiografía, por sumaria que fuese, de la realidad insospechable que se hubiese escondido tras un estudiado discurso, y demostraban que entre la gente de la casa de Gilberta dominaba la impresión de que yo la importunaba; así, que apenas pronunciadas engendraron en mi pecho un odio que no quise enfocar hacia Gilberta, prefiriendo hacerlo hacia el criado, sobre el cual se concentraron todos los coléricos sentimientos que pude haber dirigido a mi amiga, y libre de ellos gracias a esas palabras, mi amor subsistió sólo; pero aquellas frases me mostraron a la vez que debía pasar algún tiempo sin hacer por ver a Gilberta."

[A la sombra de las muchachas en flor - Marcel Proust]

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