miércoles, 25 de julio de 2012

25.7

"Sea como sea, aquella decisión me permitió vivir las mayores aventuras de mi vida. Como cuando un 5 de enero por la tarde me dispuse a reparar una avería en el faro de la isla de Mouro, frente a la boca de la bahía de Santander. La mar estaba muy mala y el patrón de la zódiac calculó en cinco metros la altura de las olas, que además venían rotas a casi todo lo ancho de la barra que separa Mouro de la península de La Magdalena. La táctica consisia en esperar en el centro de la barra, donde las olas no rompían, mientras llegaba una fase de calma entre dos series, "la queda", como la llaman los marinos. Entonces nos lanzamos a toda velocidad hasta el pequeño embarcadero de la isla, el tiempo justo para saltar con una mochila de herramientas, traje de neopreno y chaleco salvavidas, antes de que la embarcación volviera a salir pitando. Luego, la avería: el viento había arrancado la antena de telecontrol y ésta había roto el cristal de la linterna del faro, todo se había llenado de agua y el cortocircuito hizo saltar los fusibles. Después de limpiar los cristales rotos y secar todos con trapos, pude tapar la linterna con plástico de burbujas de un antiguo embalaje y cinta aislante, sustituí la bombilla, que había estallado, rearmé los fusibles y... el faro volvió a funcionar. Todo ello con la mayor rapidez posible, sintiendo el retumbar de las olas contra la isla y viendo como la zódiac bailaba arriba y abajo en mitad de la barra. Posiblemente nadie que no sea farero pueda comprender la inmensa asatisfacción que se siente después de reparar una avería, al contemplar desde lejos la luz del faro en la oscuridad, una oscuridad que en esa época del año se te echa encima pronto, demasiado pronto. Y es que un faro de noche produce una sensación tan desoladora que para un farero no hay nada peor, e incluso dicen que mucho son capaces de "sentirlo" antes de ser plenamente conscientes de ello, como si algo no encajara en el paisaje nocturno. Una contraventana abierta que no da el mismo reflejo que siempre, el extremo de un resplandor lejano que no asoma por encima del bosque..."

[El faro - Paco Roca]

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